entrevista
Jesús Quintero, el último Sócrates
Nota al pieLlego tarde. Lo sé. No es que deje lo importante para última hora, aunque lo importante, ay, se hace siempre esperar. A menudo suelo pensarme mucho las cosas. En eso, creo, me parezco a ti. O quizá no. En realidad, no te conozco. Lo siento. Desde niño tiendo a engrandecer: mitómano diagnosticado. Suelen avisármelo y hasta echármelo en cara: “¡Qué sabrás tú!”. En defensa propia, suelo responder: “¡Qué más quisieras tú!”. Detecto, en quienes dicen conocer a una persona, cierta tendencia a echar por tierra al personaje. No: la frustración propia no puede invalidar el mérito ajeno.
¿Somos esclavos de nuestro fracaso, Jesús? Quizá tú lo fuiste de tu éxito y si el tuyo se debió a tu personaje, y no a tu persona, poco me importa: más vale el hecho que la sospecha o no tuviste otra que hacerte El loco para cumplir tu empresa. Muy cuerdo provocaste, como Sócrates, al personal pretendiendo, entre silencios, hacer realidad el presagio de McLuhan: una aldea que, en mitad de la inmensidad, nos hiciera pequeños. Tú la llamaste colina. Todos en ella se entendían: desde La Pasionaria a José María Aznar. La más alta estrella compartía crisis existencial con quien nada tenía que llevarse a la boca. Quitabas tierra de por medio: no fue otro quizá tu mérito. Y si para ti solo fue, como algunos dicen, un pasatiempo, gracias: nos hizo, mientras duró, más pasajero el tiempo.
En tu colina la más alta estrella compartía crisis existencial con quien nada tenía que llevarse a la boca. Quitabas tierra de por medio: no fue otro quizá tu mérito
¿Te metiste donde no te llamaban? Puede ser, pero dímelo tú. En España el periodista, por mucho que valga, pregunta hasta que incomoda al que paga. O una de dos: se vende o sigue sin micrófono preguntando. ¿Cómo un genio puede estar en el paro? Tras conocerse tu muerte, te elogian hoy radios, periódicos y televisiones que nada de ti sabían hasta ayer. O quizá solo le importaste por tu mala salud o supuesta ruina. Tú no tuviste apuro en admitirla: “Crees que todo me va bien y, sin embargo, debo seis millones”, advertías en los 80 en El País, en plena cresta de tu ola.
¿Cómo se siente el personaje cuando ya solo es noticia por su persona? Te has mantenido fiel a tu silencio: no sé si por principios o porque de verdad ya nada tenías que decir. ¿Se te acaban a ti también las preguntas? Teresa Viejo no hace mucho me decía que en España al rebelde primero se le admira y después se le critica. ¿Por qué? Quizá te descoloque tanto como a mí esta pregunta. Y, sin hallar respuesta, aquel día, en la Universidad de Málaga embravecido, cambiaste tu fina ironía por incendiarias palabras contra Alsina. Te tocó, en sentido estricto, la moral, o sea, tu manera de entender una profesión que a ti ya poco te entiende.
Embravecido, aquel día cambiaste tu habitual ironía por incendiarias palabras contra Alsina: te tocó, en sentido estricto, la moral, o sea, tu manera de entender una profesión que a ti ya poco te entiende
Tranquilo. Se entendió tu acto en defensa propia. Nadie, en cambio, se percató de lo que allí acontecía: dos épocas en lucha simbólica ante los futuros periodistas; la que se resiste y la que, asentada ya; no le deja paso; el por qué frente al para qué. Fue aquella intervención tuya, para mí, la agonía de un periodismo que no resucitará. No puede uno vivir de la nostalgia, pero tampoco ridiculizarla. Hubiese preferido la abdicación a la deposición. Y pude ser yo uno de esos jóvenes que, desde el auditorio, te admiraban tanto como repetían la misma pregunta: ¿cómo podemos hoy ganarnos el pan con lo que tú hacías? Fue, en verdad, tu Apología: la defensa última de un Sócrates contemporáneo ante una Heliea que, por no reconocer a los nuevos dioses, te juzgaba.
¿Qué te quedó por decir? Aquel día como loco sacabas argumentos de un libro que entonces te sirvió de arma arrojadiza. No por casualidad lo traías de casa: Trece noches es, más que un libro, último reducto del periodismo socrático, la entrevista que más se acercó a su padre. Recogen sus páginas lo que durante 13 noches Antonio Gala y tú en televisión, largo y tendido, hablasteis: de la vida a la muerte. Espectáculo sapiencial que no ha vuelto a repetirse. En tus preguntas, Jesús, hallé respuestas y en las respuestas de Gala hallé preguntas que por sabidas daba.
Fue, en verdad, tu ‘Apología’: la defensa última de un Sócrates contemporáneo ante una Heliea que, por no reconocer a los actuales dioses, te juzgaba
¿Cómo es que este libro no figura aún en los planes de estudio? Quizá en él también hablasteis demasiado y conviene no descubrir la receta a quienes hoy se la venden por fascículos. Volverían a acusarte, como a Sócrates, de corromper a los jóvenes, hoy tan formados como despistados: basta, dicen, con que nos hagamos del asunto una idea general. Me temo, Jesús, que no solo la televisión se ha convertido en negocio: se habla del tallo, pero no de la raíz; y cuando no hay problemas los crean para vendernos soluciones. ¿Soy yo el único que lo ve o estoy, como tú, volviéndome loco?
Cuando en una entrevista he osado a preguntar, pongamos por caso, para qué vivimos, me han increpado. Siento que uno incordia cuando se sale del guion: ¿para qué explorar el fondo cuando ya solo importa la superficie? En un momento en que todo es rápido, pactado y previsible no hay lugar para la duda: solo certezas que den rédito. “¿Qué gano yo a cambio de que tú me entrevistes?”, me han llegado a regatear. Por eso yo, con tu muerte, me siento aún más huérfano: parte contigo un periodismo utópico que no por quimérico abandonaste. “Ya nadie habla de la utopía”, lamentabas en tu última entrevista a Gala. A lo que él, en su línea, respondía: “Es que tiene nombre de tía rara”. Pues eso.
¿Sabes, Jesús? Ando investigando una nueva forma de hacer entrevistas. Llevo tiempo queriéndotelo decir, aunque por hache o por be nunca te escribí ni levanté el teléfono. No sé si por hache o por be o, en realidad, por respeto —acaso miedo— a tu respuesta. ¿Por dónde empiezo? ¿Lo entenderá? ¿Haré el ridículo? Entre mis dudas y tus achaques, tú ya te has ido. No ha podido ser. Por algo será. Quizá ni tú me entiendas.
Soy, dicen, un perro verde. ¿Te suena?
Artículo publicado en Magisnet el 4 de octubre de 2022
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EntrevistasTeresa Viejo (Madrid, 1963) estuvo presente en mis sueños de infancia. En no pocos programas recuerdo su modélica voz y a ella quise parecerme cuando, a los 12 o 13 años, aspiraba ya a periodista. Nunca en la voz de Teresa, quizá por la inocente idealización adolescente, atisbé lo que décadas después me confiesa: “Los momentos en los que más popularidad tuve, cuando presentaba programas en prime time, no los recuerdo como los más felices ni más exitosos; me generaban un profundo vacío”.
Uno madura cuando la supuesta estrella cae del cielo, pisa tierra y admite que el brillo es humo: “Cuando paraba en los semáforos, había gente que me tocaba la ventanilla del coche; eso no es natural; sentía que la vida me llevaba, pero yo no disfrutaba”. Teresa desmonta un firmamento donde las estrellas penden de un hilo. Diría, si un spot esto fuera, que tres de cada cuatro famosos lo avalan. Es la moraleja de las siete charlas que han compuesto este espacio: la fama, no por mucho que la pinten, es de color rosa.
Pero ahí sigue ella, Teresa, ganando adeptos dispuestos a pagar su precio.
—Y cuando hablas con ellos, en un ratito como este, empiezas a descubrir lagunas, sombras; y a veces se rompen y terminan llorando.
¿La fama duele?
—La fama vacía es un sinsentido, no es nada, es como si prendes una cerilla.
Y solitaria, dicen.
—Porque no eres tú el que está ahí, solo el personaje. Cuando el personaje está muy presente, suelen acercarse a ti buscándolo a él, no a la persona; pero nada tienen que ver. Al final, te proteges con una careta y no te consientes ser tú.
En España primero admiramos al rebelde y después lo criticamos
Se intuye, en su discreto pero esclarecedor silencio, ese tabú en que se convierte la fama para sus egresados. Mal asunto debe ser si responde Teresa, antes de que se le pregunte, que “por nada del mundo” cambiaría su actual trabajo por los focos. A decenas, como a ella, he oído aquejarse de la soledad. ¿Pero ahí queda todo? En cierta ocasión reconoció la mexicana actriz María Félix que “de la energía del público me alimento” con tal vehemencia en su rostro que no pocos expertos posteriores la citan como caso paradigmático de la dependencia que en uno origina el reconocimiento ajeno.
—A la fama le ocurre lo que a la curiosidad.
El qué.
—Que a menudo se la confunde con el morbo.
¿Y en qué se distinguen?
—La curiosidad no es cotilleo ni morbo, pero mezclamos conceptos porque somos prisioneros del lenguaje. El morbo es una pulsión que juega con lo más primario de la persona.
¿Se gobierna mejor a un país de cotillas que de curiosos?
—No te voy a decir que España sea una sociedad ni de cotillas ni de curiosos, pero sí creo que no hemos entendido bien la curiosidad en el comportamiento humano.
Ha vendido, y vende, más el morbo.
—El ser humano tiene esa atracción por lo oscuro, por lo no tangible, por lo salvaje, que diría Lou Reed.
Muchas personas vegetan, viven en modo automático; me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan.
Me decía, no hace mucho, el escritor Javier Arias Artacho que, por ser inaccesible, en el Olimpo ubicaban los griegos a sus dioses. Aspiramos desde entonces a una megalomanía cuyas entrañas desconocemos y que acaba convirtiéndose, para quienes a ciegas a ella se lanzan, en una platónica caverna de la que ilesos salen pocos. Unos, por lo desmesurado de la fama: conforme ensancha, nunca tendrá suficiente. Al caso vienen conocidos retos en redes sociales que, por delante de la vida, anteponen la viralidad. Otros, por no aceptar la crítica o —la más indigesta— indiferencia de quienes los enaltecieron.
—La sociedad española no es permisiva con el error. Al principio admira al rebelde, pero después lo critica.
¿Solo la española?
—La estadounidense, por ejemplo, es más abierta y premia el fracaso. En España venimos de un tiempo de ostracismo, el de la dictadura. ¿Qué legado nos dejó? Un pensamiento muy estructurado y la creencia de no poder movernos de la norma.
¿Se nos educa por eso en la no “rebeldía”?
—Yo creo que en España entendemos mal la curiosidad. Repito: es importante aclarar que nada tiene que ver con el fisgoneo para que los padres encuentren un sentido a la curiosidad de sus hijos. Eso les va a permitir que sean adultos no temerosos y que, cuando vivan tiempos inciertos, no se amilanen implorando “virgencita, que me quede como estoy”.
El refranero…
—¡Es para analizarlo! La de topicazos para solidificar unas creencias que no nos sirven de nada.
Luego somos adultos temerosos.
—Muchas personas vegetan, viven en modo automático. Me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan. Las cosas cambian cuando cambia tu mirada sobre ellas.
Podría haber dicho antes de Teresa que fue primera y única mujer directora de la popular revista Interviú. Que fue también de las primeras que, en Radio España, se ponen al frente de un magacín matinal en una cadena nacional. Que se codeó con grandes del periodismo patrio. Y, sin embargo, hoy el único micro que le interesa es —libre de comadreos— el de la curiosidad. La pone en práctica en La observadora, podcast semanal que conduce en RNE, y la hace libro, en clave autobiográfica y divulgadora, en La niña que todo lo quería saber (HarperCollins).
—Hay gente que ahora me dice: “¡Guau, es que te ha cambiado hasta la cara!”.
Toda muerte, Teresa, es un renacimiento.
—Vivimos y morimos continuamente. Incluso al final, en la última muerte, yo sí creo en una resurrección.
Entrevista publicada en Magisnet el 10 de agosto de 2022
El diario ‘ABC’ recoge mi experiencia
AnexosEl diario ABC me pidió compartir mi experiencia académica y profesional para su Especial Másteres: preparados para hoy. Allí donde pidan voz a la vocación, al ignorado amor al arte, la daré.
El dinero, según Eduardo Garzón
Entrevistas¿Da el dinero la felicidad? Pregunta de examen que no cae en selectividad y, sin embargo, la que más salidas tiene. Se entiende que la vida, no queriendo hacer spoiler, calla y nos somete, caprichosa, a un galimatías que a veces se convierte en dilema para muchos de los que aspiran estos días a la universidad.
—Pero que nadie se agobie; ninguna decisión es irrevocable.
¿Por qué nos agobiamos entonces, Eduardo?
—Porque desconocemos el horizonte. Y creo que esa es una de las deficiencias del sistema educativo: no sabemos del mundo porque no nos lo enseñan.
De ahí el dilema: salida y vocación se baten en un duelo que, no resuelto siendo uno adolescente, se arrastra con los años. Para quienes salida y vocación son una, no hay duelo: la utopía del amor al arte se hace, en ellos, realidad. Y es la que añora quien, alentado por la voz del deber, se lanza a la salida sin vocación. Un camino que abandonan muchos, como Eduardo Garzón (Logroño, 1988) —cambió la arquitectura por la economía— y al que otros se acostumbran: son los que hacen de la salida vocación.
—A esa conclusión he llegado yo.
¿A cuál?
—Que uno no elige lo que quiere; acaba queriendo lo que ha elegido.
O sea, primero el dinero y, después, la felicidad.
—Vivimos en sociedades monetizadas: sin capacidad económica no podríamos alcanzar muchos de nuestros objetivos en la vida.
Es decir, el dinero es un mal necesario.
—Depende de la concepción que uno tenga, porque el dinero también sirve para vivir mejor, reír más, compartir vivencias
No sabemos del mundo porque no nos lo enseñan; creo que esta es una de las deficiencias del sistema educativo
No todo es negro o blanco para Eduardo. La economía, dice, tiene sus zonas grises, que son precisamente las que la impregnan de ideales, filosofía, humanismo. Sí. Todo en la vida tiene sus grises: el amor, el odio, la amistad, la política. ¿Pero el dinero, la economía? ¿Cuáles son sus zonas grises? ¿No todo ahí es interés, comercio?
—Esa es la versión dominante, la que se nos vende y viene a la cabeza cuando vemos películas como El lobo de Wall Street.
¿Entonces?
—La economía busca el bienestar de las personas, aunque hoy esté asociada a la rama financiera, es decir, a hacer dinero.
¿Pero no es eso lo que hace?
—Es la creencia de mucha gente, sobre todo, a raíz de la crisis de 2008. Sin embargo, la economía está mucho más cerca de la sociología o la politología que de la bolsa o los negocios. Lo que ocurre es que, desde la propia universidad, se nos aleja de esas corrientes.
Él, hermano de ministro, hablará con conocimiento de causa. Pero de eso ni mu. En sus clases, al menos las que imparte en la tele y en Instagram (las formales las da en la Universidad Autónoma de Madrid), se debate si el problema de los camioneros es el liberalismo o si la banca debería ser pública.
¿Eso no es política, Eduardo?
—Política y economía van de la mano: son dos caras de una misma moneda.
O sea, la economía no puede mirar para otro lado.
—No debería. Corrientes económicas como el cuarto sector trabajan para que la sociedad sea mucho más equitativa. Ahí te das cuenta de que la economía es mucho más humana de lo que la gente piensa.
¿Pero qué piensa la gente?
—Hay todavía mucho desconocimiento. En Suiza, por ejemplo, se han hecho encuestas para comprobar si la gente sabe quién crea el dinero y solo acierta un 7%, aunque la sociedad va teniendo cada vez más claro que el dinero no son monedas o billetes, sino más bien anotaciones electrónicas que cambian.
¿Y quién lo crea?
—Solemos pensar que los bancos centrales, cuando acuñan monedas. Sin embargo, eso es una minoría. La mayor parte del dinero se crea mediante la concesión de créditos bancarios, de hipotecas.
Hay mucho desconocimiento sobre el dinero. En Suiza, por ejemplo, se han hecho encuestas para comprobar si la gente sabe quién lo crea y solo acierta un 7%.
Será que la fe ciega en él no deja tiempo ni espacio para pensar sobre él. Y, en esas, preferimos seguir viviendo en esa especie de mito que es el dinero: no sabemos muy bien de dónde viene ni adónde va; solo que está y con eso basta.
Yo sigo preguntándome, Eduardo, si el dinero es un derecho.
—En una sociedad monetizada como la nuestra debería serlo, aunque no está contemplado como tal en ningún marco jurídico.
¿Pero qué es el dinero?
—Una corriente filosófica de principios del siglo XX lo define como un crédito del individuo frente a la sociedad, que deberá compensarlo por haber trabajado y aportado al conjunto.
Ideal si se cumpliera, ¿verdad?
—Está demostrado que, cuanta menos diferencia haya entre ricos y pobres, más prósperas serán las sociedades. En esto los países nórdicos se llevan la palma.
¿Siempre ha habido ricos y pobres?
—En las sociedades muy prehistóricas, no. En ellas cada uno cumplía una función y se apoyaban mutuamente. Con la conformación en las urbes de la sociedad de clases y el desarrollo tecnológico surge la especialización del trabajo y, con ella, las diferencias por renta.
Leo en internet: “Democratizar el dinero con criptomonedas oficiales”.
—Las criptomonedas están destinadas al fracaso y llevo tiempo diciéndolo. Desde el FMI al Banco de España nos avisan: son una vía de evasión fiscal y financiación del crimen organizado.
Seguimos buscando entonces la felicidad.
Entrevista publicada en Magisterio el 20 de junio de 2022