No es Teresa todo lo que ves

Entrevistas

Teresa Viejo (Madrid, 1963) estuvo presente en mis sueños de infancia. En no pocos programas recuerdo su modélica voz y a ella quise parecerme cuando, a los 12 o 13 años, aspiraba ya a periodista. Nunca en la voz de Teresa, quizá por la inocente idealización adolescente, atisbé lo que décadas después me confiesa: “Los momentos en los que más popularidad tuve, cuando presentaba programas en prime time, no los recuerdo como los más felices ni más exitosos; me generaban un profundo vacío”.

Uno madura cuando la supuesta estrella cae del cielo, pisa tierra y admite que el brillo es humo: “Cuando paraba en los semáforos, había gente que me tocaba la ventanilla del coche; eso no es natural; sentía que la vida me llevaba, pero yo no disfrutaba”. Teresa desmonta un firmamento donde las estrellas penden de un hilo. Diría, si un spot esto fuera, que tres de cada cuatro famosos lo avalan. Es la moraleja de las siete charlas que han compuesto este espacio: la fama, no por mucho que la pinten, es de color rosa.

Pero ahí sigue ella, Teresa, ganando adeptos dispuestos a pagar su precio.
—Y cuando hablas con ellos, en un ratito como este, empiezas a descubrir lagunas, sombras; y a veces se rompen y terminan llorando.

¿La fama duele?
—La fama vacía es un sinsentido, no es nada, es como si prendes una cerilla.

Y solitaria, dicen.
—Porque no eres tú el que está ahí, solo el personaje. Cuando el personaje está muy presente, suelen acercarse a ti buscándolo a él, no a la persona; pero nada tienen que ver. Al final, te proteges con una careta y no te consientes ser tú.

En España primero admiramos al rebelde y después lo criticamos

Se intuye, en su discreto pero esclarecedor silencio, ese tabú en que se convierte la fama para sus egresados. Mal asunto debe ser si responde Teresa, antes de que se le pregunte, que “por nada del mundo” cambiaría su actual trabajo por los focos. A decenas, como a ella, he oído aquejarse de la soledad. ¿Pero ahí queda todo? En cierta ocasión reconoció la mexicana actriz María Félix que “de la energía del público me alimento” con tal vehemencia en su rostro que no pocos expertos posteriores la citan como caso paradigmático de la dependencia que en uno origina el reconocimiento ajeno.

—A la fama le ocurre lo que a la curiosidad.

El qué.
—Que a menudo se la confunde con el morbo.

¿Y en qué se distinguen?
—La curiosidad no es cotilleo ni morbo, pero mezclamos conceptos porque somos prisioneros del lenguaje. El morbo es una pulsión que juega con lo más primario de la persona.

¿Se gobierna mejor a un país de cotillas que de curiosos?
—No te voy a decir que España sea una sociedad ni de cotillas ni de curiosos, pero sí creo que no hemos entendido bien la curiosidad en el comportamiento humano.

Ha vendido, y vende, más el morbo.
—El ser humano tiene esa atracción por lo oscuro, por lo no tangible, por lo salvaje, que diría Lou Reed.

Muchas personas vegetan, viven en modo automático; me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan.

Me decía, no hace mucho, el escritor Javier Arias Artacho que, por ser inaccesible, en el Olimpo ubicaban los griegos a sus dioses. Aspiramos desde entonces a una megalomanía cuyas entrañas desconocemos y que acaba convirtiéndose, para quienes a ciegas a ella se lanzan, en una platónica caverna de la que ilesos salen pocos. Unos, por lo desmesurado de la fama: conforme ensancha, nunca tendrá suficiente. Al caso vienen conocidos retos en redes sociales que, por delante de la vida, anteponen la viralidad. Otros, por no aceptar la crítica o —la más indigesta— indiferencia de quienes los enaltecieron.

—La sociedad española no es permisiva con el error. Al principio admira al rebelde, pero después lo critica.

¿Solo la española?
—La estadounidense, por ejemplo, es más abierta y premia el fracaso. En España venimos de un tiempo de ostracismo, el de la dictadura. ¿Qué legado nos dejó? Un pensamiento muy estructurado y la creencia de no poder movernos de la norma.

¿Se nos educa por eso en la no “rebeldía”?
—Yo creo que en España entendemos mal la curiosidad. Repito: es importante aclarar que nada tiene que ver con el fisgoneo para que los padres encuentren un sentido a la curiosidad de sus hijos. Eso les va a permitir que sean adultos no temerosos y que, cuando vivan tiempos inciertos, no se amilanen implorando “virgencita, que me quede como estoy”.

El refranero…
—¡Es para analizarlo! La de topicazos para solidificar unas creencias que no nos sirven de nada.

Luego somos adultos temerosos.
—Muchas personas vegetan, viven en modo automático. Me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan. Las cosas cambian cuando cambia tu mirada sobre ellas.

Podría haber dicho antes de Teresa que fue primera y única mujer directora de la popular revista Interviú. Que fue también de las primeras que, en Radio España, se ponen al frente de un magacín matinal en una cadena nacional. Que se codeó con grandes del periodismo patrio. Y, sin embargo, hoy el único micro que le interesa es —libre de comadreos— el de la curiosidad. La pone en práctica en La observadorapodcast semanal que conduce en RNE, y la hace libro, en clave autobiográfica y divulgadora, en La niña que todo lo quería saber (HarperCollins).

—Hay gente que ahora me dice: “¡Guau, es que te ha cambiado hasta la cara!”.
Toda muerte, Teresa, es un renacimiento.
—Vivimos y morimos continuamente. Incluso al final, en la última muerte, yo sí creo en una resurrección.

Entrevista publicada en Magisnet el 10 de agosto de 2022

El dinero, según Eduardo Garzón

Entrevistas

¿Da el dinero la felicidad? Pregunta de examen que no cae en selectividad y, sin embargo, la que más salidas tiene. Se entiende que la vida, no queriendo hacer spoiler, calla y nos somete, caprichosa, a un galimatías que a veces se convierte en dilema para muchos de los que aspiran estos días a la universidad.

—Pero que nadie se agobie; ninguna decisión es irrevocable.
¿Por qué nos agobiamos entonces, Eduardo?
—Porque desconocemos el horizonte. Y creo que esa es una de las deficiencias del sistema educativo: no sabemos del mundo porque no nos lo enseñan.

De ahí el dilema: salida y vocación se baten en un duelo que, no resuelto siendo uno adolescente, se arrastra con los años. Para quienes salida y vocación son una, no hay duelo: la utopía del amor al arte se hace, en ellos, realidad. Y es la que añora quien, alentado por la voz del deber, se lanza a la salida sin vocación. Un camino que abandonan muchos, como Eduardo Garzón (Logroño, 1988) —cambió la arquitectura por la economía— y al que otros se acostumbran: son los que hacen de la salida vocación.

—A esa conclusión he llegado yo.
¿A cuál?
—Que uno no elige lo que quiere; acaba queriendo lo que ha elegido.

O sea, primero el dinero y, después, la felicidad.
—Vivimos en sociedades monetizadas: sin capacidad económica no podríamos alcanzar muchos de nuestros objetivos en la vida.

Es decir, el dinero es un mal necesario.
—Depende de la concepción que uno tenga, porque el dinero también sirve para vivir mejor, reír más, compartir vivencias

No sabemos del mundo porque no nos lo enseñan; creo que esta es una de las deficiencias del sistema educativo

No todo es negro o blanco para Eduardo. La economía, dice, tiene sus zonas grises, que son precisamente las que la impregnan de ideales, filosofía, humanismo. Sí. Todo en la vida tiene sus grises: el amor, el odio, la amistad, la política. ¿Pero el dinero, la economía? ¿Cuáles son sus zonas grises? ¿No todo ahí es interés, comercio?

—Esa es la versión dominante, la que se nos vende y viene a la cabeza cuando vemos películas como El lobo de Wall Street.

¿Entonces?
—La economía busca el bienestar de las personas, aunque hoy esté asociada a la rama financiera, es decir, a hacer dinero.

¿Pero no es eso lo que hace?
—Es la creencia de mucha gente, sobre todo, a raíz de la crisis de 2008. Sin embargo, la economía está mucho más cerca de la sociología o la politología que de la bolsa o los negocios. Lo que ocurre es que, desde la propia universidad, se nos aleja de esas corrientes.

Él, hermano de ministro, hablará con conocimiento de causa. Pero de eso ni mu. En sus clases, al menos las que imparte en la tele y en Instagram (las formales las da en la Universidad Autónoma de Madrid), se debate si el problema de los camioneros es el liberalismo o si la banca debería ser pública.

¿Eso no es política, Eduardo?
—Política y economía van de la mano: son dos caras de una misma moneda.

O sea, la economía no puede mirar para otro lado.
—No debería. Corrientes económicas como el cuarto sector trabajan para que la sociedad sea mucho más equitativa. Ahí te das cuenta de que la economía es mucho más humana de lo que la gente piensa.

¿Pero qué piensa la gente?
—Hay todavía mucho desconocimiento. En Suiza, por ejemplo, se han hecho encuestas para comprobar si la gente sabe quién crea el dinero y solo acierta un 7%, aunque la sociedad va teniendo cada vez más claro que el dinero no son monedas o billetes, sino más bien anotaciones electrónicas que cambian.

¿Y quién lo crea?
—Solemos pensar que los bancos centrales, cuando acuñan monedas. Sin embargo, eso es una minoría. La mayor parte del dinero se crea mediante la concesión de créditos bancarios, de hipotecas.

Hay mucho desconocimiento sobre el dinero. En Suiza, por ejemplo, se han hecho encuestas para comprobar si la gente sabe quién lo crea y solo acierta un 7%.

Será que la fe ciega en él no deja tiempo ni espacio para pensar sobre él. Y, en esas, preferimos seguir viviendo en esa especie de mito que es el dinero: no sabemos muy bien de dónde viene ni adónde va; solo que está y con eso basta.

Yo sigo preguntándome, Eduardo, si el dinero es un derecho.
—En una sociedad monetizada como la nuestra debería serlo, aunque no está contemplado como tal en ningún marco jurídico.

¿Pero qué es el dinero?
—Una corriente filosófica de principios del siglo XX lo define como un crédito del individuo frente a la sociedad, que deberá compensarlo por haber trabajado y aportado al conjunto.

Ideal si se cumpliera, ¿verdad?
—Está demostrado que, cuanta menos diferencia haya entre ricos y pobres, más prósperas serán las sociedades. En esto los países nórdicos se llevan la palma.

¿Siempre ha habido ricos y pobres?
—En las sociedades muy prehistóricas, no. En ellas cada uno cumplía una función y se apoyaban mutuamente. Con la conformación en las urbes de la sociedad de clases y el desarrollo tecnológico surge la especialización del trabajo y, con ella, las diferencias por renta.

Leo en internet: “Democratizar el dinero con criptomonedas oficiales”.
—Las criptomonedas están destinadas al fracaso y llevo tiempo diciéndolo. Desde el FMI al Banco de España nos avisan: son una vía de evasión fiscal y financiación del crimen organizado.

Seguimos buscando entonces la felicidad.

Entrevista publicada en Magisterio el 20 de junio de 2022

Palabra de Ors

Entrevistas

El silencio es hoy el palco de los sabios, el púlpito donde predican quienes tienen, verdaderamente, algo que decir. Callan porque saben: frente al ruido, es la única forma de hablar o, al menos, de que te escuchen. Los más de 200.000 ejemplares hasta hoy vendidos de Biografía del silencio (Siruela) lo sancionan y respaldan, a la chita callando, la homilía de un sacerdote que nos redime con penitencia única: meditar, o sea, vivir con uno mismo, porque, advierte, “casi todos nuestros problemas comienzan por meternos donde no nos llaman”.

Nieto del ensayista Eugeni d’Ors y consejero cultural del Papa, para Pablo d’Ors (Madrid, 1963) todo lo que no salga del alma no es. Ni siquiera la religión: “Si no conduce a la espiritualidad, como por desgracia tantas veces sucede, se queda, en el mejor de los casos, en cultura y, en el peor, en folclore o incluso en fuente de opresión”. Cuando Pablo habla, España enmudece. Él sabe; por eso callamos. Creamos o no.

¿Ser religioso le ayuda a uno a vivir mejor?
—La religión y el humor son, para mí, las dos claves para hacer más llevadera la existencia. La religión, bien vivida, ayuda a dar sentido a la vida.

¿Hemos perdido el sentido, o sea, la fe?
—Mantenerla es muy difícil en una sociedad, como la occidental, donde hoy tener fe es casi un acto contracultural. Atravesamos una crisis evidente de lo religioso y del concepto de Dios porque el modelo cultural predominante no lo sustenta. En consecuencia, la primera dificultad que encuentra la religión es ambiental y, por tanto, cultural y educativa: cada vez son menos los chavales que reciben formación religiosa en los colegios

«Hoy ya no somos peregrinos, sino vagabundos: caminamos sin saber muy bien adónde»

¿Pero saben los jóvenes qué es la fe?
—La mayoría ya no es practicante. Me inclino a pensar, por tanto, que no tienen una idea ajustada o cabal de lo que es la fe. También en España, a mi modo de ver, existe una asociación negativa y perniciosa entre lo religioso y la ideología política, en concreto, la derecha o conservadora, lo que tampoco ayuda a que los jóvenes acojan la fe, que tendría que ser independiente de cualquier partidismo e ideología.

Ama al prójimo como a ti mismo. ¿Por ahí empieza la (buena) fe?
—En el actual contexto, subrayaría el “como a ti mismo”. El amor al prójimo ha dado como resultado un cristianismo en clave social, de protección a los más desfavorecidos, que no desapruebo, pero es un papel que ya cumplen otras instituciones. Aquello en lo que debe centrarse la Iglesia católica es en el crecimiento espiritual de sus feligreses, toda vez que el crecimiento espiritual llevará precisamente a ese compromiso social, es decir, debería ser una consecuencia, aunque no lo prioritario.

O sea, menos caridad y más espiritualidad.
—La óptica de lo culturalmente cristiano es la que hoy puede resultar más interesante en Europa y, particularmente, en España. Por eso, mi acercamiento a la figura de Jesús de Nazaret, que es el que propongo en mi último libro, Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg), no es necesariamente confesional, sino cultural.

Es decir, usted presenta a un Jesús terrenal.
—Jesús ha sido visto tradicionalmente como profeta, aunque no creo que encaje del todo en esa categoría porque él, al contrario que otros, no trae un mensaje de arrepentimiento. Nuestra tradición católica, al estar centrada en la eucaristía, también nos ha hecho verle como un sacerdote y no tanto como un maestro. Y este matiz es importante porque hablar de sacerdote es hablar de alguien que nos va a salvar en el futuro, mientras que hablar de maestro es hablar de quien nos enseña en el presente.

«El ser humano necesita certezas, pero también incertidumbres: hay veces que buscamos la estabilidad y otras, el riesgo»

Entre tantos seguidores, ¿dónde están hoy los maestros?
—La cuestión no es la ausencia de maestros, sino la falta de discípulos. Que hoy no haya maestros revela que no queremos ser discípulos. Tenemos una falta de compromiso y enseguida nos engrandecemos. La humildad es quizá la virtud más necesaria en este momento. Pero sí; de alguna forma adolecemos de maestros, por eso a mí me gusta hablar de Jesús como guía, como maestro del autoconocimiento de Occidente. Más allá de que uno sea o no creyente, nadie en la historia de la humanidad ha dicho “yo” con tanta rotundidad como lo dijo Jesús.

Precisamente hoy decimos “yo” con demasiada frecuencia.
—Es cierto que nuestras comunicaciones son demasiado egoicas, centradas en nosotros mismos y en nuestra perspectiva. Tenemos derecho a protagonizar la película de nuestra mente, pero que la película no solo sea un primer plano de nuestra cara.

El selfi nos delata.
—Es uno de los fenómenos más reveladores: la necesidad de mostrar compulsivamente nuestra felicidad es precisamente lo que revela nuestra infelicidad. Si estuviéramos bien, no necesitaríamos mostrarla de esa forma tan compulsiva; nos limitaríamos a disfrutar.

¿Y a escuchar?
—Hoy el déficit fundamental es el de escucha: no escuchamos, por tanto, no entendemos al otro. Hay una palabrería y un ruido que lo impide. Pero primero hay que escucharse a uno mismo y luego a los demás, porque uno no puede dar lo que no tiene.

«La necesidad compulsiva de mostrar nuestra felicidad es lo que precisamente revela nuestra infelicidad»

¿Por eso triunfa el odio?
—No lo creo. Aunque haya odios, aunque haya guerras, en nuestros corazones sigue habiendo mucha más paz. La guerra, aunque no nos guste, no es una película de buenos y malos, pero preferimos pensar que es así porque se simplifican más las cosas. Si la sociedad trabaja en la línea de la consciencia y la interioridad, las guerras serán cada vez menos.

¿Y trabaja la Educación en esa línea o en la de la productividad?
—El ser humano tiene una dimensión social, por tanto, ha de ser educado para la inserción laboral. Sin embargo, no es lo único ni siquiera lo más decisivo. En un sentido amplio, creo que en España no hay una buena formación espiritual. Seguimos dando más importancia a lo urgente que a lo esencial. Los padres, por ejemplo, quieren que sus hijos sepan informática e inglés porque es urgente para encontrar trabajo, pero seguramente tienen mucho menos interés en que sepan cantar o dibujar. La Educación aún deja mucho que desear, aunque no todo es un desastre porque hay muchas personas entregadas a la causa educativa, pero desde luego se echa en falta más reflexión: no solo tener en cuenta lo científico-técnico, sino también el humanismo.

¿Humanismo es también preparar para la incertidumbre?
—Para mí, la mejor preparación es la esperanza: si el futuro es incierto, la mejor forma para afrontarlo es fortalecer el yo profundo. En cambio, aquí la cuestión es qué significa preparar para la incertidumbre, porque el ser humano necesita certezas, pero también incertidumbres. De hecho, nosotros mismos nos damos las dos permanentemente: hay veces que buscamos la estabilidad y otras, el riesgo; entonces emprendemos cambios y todo se desestabiliza. La clave está en saber dosificar ambas.

¿Y sabemos?
—El sentido de vida tarda en descubrirse, aunque muchos crean que lo saben. Sin embargo, una sociedad que contribuye a la competitividad y no a la colaboración no tiene un presupuesto adecuado para esto. Fomentamos, por ejemplo, el ideal de la independencia, pero no el de la interdependencia, cuando realmente todos dependemos de todos. Y no está mal que así sea porque es hacer justicia a la realidad.

«En España hay una asociación negativa entre religión y política, en concreto, la conservadora, cuando la fe debería ser independiente de cualquier partidismo»

En cambio, nos da vergüenza mostrar las vergüenzas.
—Hay un ocultamiento de la parte más sombría de la existencia, como la muerte o la enfermedad. Se ocultan, cuando forman parte de nuestra vida cotidiana. Mientras escapemos de ellas, nos van a dar mucha guerra. Si, por el contrario, aprendemos a mirarlas amorosamente, el camino será más constructivo.

¿De ahí viene la ansiedad y la depresión? ¿De huir hacia adelante?
—Sin duda, porque lo que da sentido a la vida es estar en un camino. Y el camino es un horizonte al que tender y un suelo en el que pisar. Si nos falta el suelo, sentimos que nos caemos y eso es la depresión. Si nos falta el horizonte, sentimos que la vida no tiene sentido y eso es la ansiedad. Es decir, necesitamos la realidad y el ideal. Y el ideal se ha desdibujado mucho, por eso hoy ya no somos peregrinos, sino vagabundos: caminamos sin saber muy bien adónde.

¿Pero no sufre más quien más se pregunta?
—Quien se pregunta vive más, o sea, sufre y goza más. Evidentemente está el contentamiento del ignorante, pero tener consciencia y hacerse preguntas ayuda a vivir con mayor intensidad. También, con mayor capacidad de sufrimiento, pero al mismo tiempo de amor y, por tanto, de vida.

«El pesimismo es uno de los cánceres que nos afligen: nos hemos enamorado de la sombra»

¿No está pensado el mundo para no pensar?
—En buena medida sí, porque hemos consolidado la cultura del entretenimiento y no del intratenimiento, es decir, de tenerse a uno mismo. Cada vez sabemos menos estar solos. Nos cuesta el mundo interior y, por tanto, pensar. Hoy, a la mínima reflexión que hagas, te tachan de intelectual, pero no se trata de ser intelectual, sino de pensar. Pensar es bueno. Lo que no es bueno es pensar siempre y pensar mal.

O sea, ser pesimista.
—El pesimismo es uno de los cánceres que nos afligen. Abres la prensa o enciendes la televisión y solo hay malas noticias y comentarios de periodistas más bien oscuros. Nos hemos enamorado de la sombra, es decir, insistimos en lo negativo y eso no nos hace bien. Sin embargo, nos queda la esperanza que, como cualquier otra virtud, se puede cultivar y, como yo, uno puede ser un pesimista esperanzado. No solo porque se viva mejor con la esperanza, sino porque la esperanza hace más justicia a la realidad, que tiene sombras pero también más caricias que bofetadas. Cuando uno vive por dentro, esto es lo que descubre.

Palabra de Ors.

Entrevista publicada en el Periódico Magisterio el 23 de mayo de 2022

El despertar negro de Adriana Boho

Entrevistas

¿Sigue dando palo decir “negro”?
—Sí. Y en el momento en que usas eufemismos o diminutivos, estás dando una connotación negativa a la palabra.

Oveja negra, humor negro, denigrar. El repertorio léxico abunda en un imaginario que ha hecho del negro color del mal fario. Lo que desconocemos fundimos a negro, ignorando que el rechazo o prejuicio pueden ser fruto de nuestra imaginación. Lo avisó Newton: no existe el color sino la luz. Nuestro cerebro, según esta, percibe uno u otro.

¿Miedo o ignorancia: qué alumbra al racismo?
—Una mezcla de ambos, aunque la ignorancia ya no sirve como excusa: tenemos medios para informarnos.

Medios y ¿miedo?
—Es algo intrínseco al ser humano.

¿Pero qué le teme el blanco al negro?
—Ni el blanco al negro ni el negro al blanco. Perdamos ya el miedo a lo distinto, porque de la mezcla de todos los colores sale un arcoíris precioso.

Ni siquiera Darwin puso en el fuego las manos. Él, aunque las versiones hayan sido otras, dudó hasta de sus propios hallazgos: “Nos dejamos influir muy mucho por el color de la piel y del pelo, las pequeñas diferencias de las facciones […] Gran parte de éstas son de tan poca importancia, que es muy difícil suponer que hayan sido adquiridas independientemente por razas o especies desde su principio distintas” (El origen del hombre, 1871).

¿Es la raza la mayor fake new de la historia?
Está científicamente probado: las razas no existen.

Para muchos, sí.
—Pues están equivocados. Hay que repasar Biología porque me da a mí que más de uno se saltó esa clase.

¿La indiferencia produce diferencia?
—Cuando alguien te da el toque, choca: ¿me vas a decir tú a mí que esto es racista cuando se lleva haciendo toda la vida?

Adriana Boho (Malabo, 1988) no indulta: ni al que hizo pellas ni al que puede pero no quiere saber. Predica, sin embargo, con el ejemplo y les tiende la mano en Ponte en mi piel (Cúpula), libro donde habla con conocimiento de causa.

—He estado en copia, por error, en algún correo donde me han rechazado por ser negra.
O sea, que el mundo influencer vende falsa inclusión.
—No generalizo, pero al final esto es un negocio: se suele ir a lo “seguro”.

Aterriza en España, desde Guinea Ecuatorial, a los 12 años. El camino, en lo personal y laboral, hasta convertirse en influencer, se le ha hecho alguna vez cuesta arriba.

¿Siendo blanca te habría sido más fácil?
—Es una pregunta que me hecho, sobre todo, de adolescente. Viví ciertas situaciones de racismo en las que llegué a plantearme si realmente el problema era yo. Te sientes fuera de lugar.

¿Y te encontraste?
—Tuve lo que llamamos “despertar negro”, es decir, sentirme orgullosa de lo que soy: negra. A quien le guste bien y a quien no, también.

¿De qué estás harta?
—De que, por ser negra, me toquen el pelo o me sigan preguntando si tengo ojeras o por qué me maquillo. Por favor, ¡que estamos en 2022! Toca actualizarse, ¿no?

Dependerá, como el color, del ojo con que se mire.

Entrevista publicada en Magisterio el 25 de abril de 2022

Odile, la hija del hombre y la tierra

Entrevistas

Hubo un tiempo en que los influencers no necesitaban Instagram. Se prodigaban por las aulas y viralizaban contenido impartiendo clase: “Cuando mi padre fue profesor de Etología en la Facultad de Veterinaria, entre alumnos y oyentes, la gente no cabía en el aula”, recuerda orgullosa Odile, la pequeña de las tres hijas de Félix Rodríguez de la Fuente. En 1983 su nombre corrió como la pólvora por las facultades de Ciencias: un 70% de quienes se matriculaban en Biología lo hacía por Félix. Lo recoge una encuesta del también naturalista Joaquín Araújo, que sancionó el que ha sido quizá el fenómeno fan por antonomasia de la historia reciente española.

Sin hacer espectáculo de la naturaleza, hizo de la naturaleza espectáculo. Fue, ante todo, un humanista que encontró en ella un medio y un modo de expresión. Difícil suscribir el dicho contemplando al lobo que busca cobijo en su regazo. Porque si algo hizo Félix fue amansar fieras, la primera, el hombre, huérfano ya de pretextos ante un lobo que resulta no ser tanto: “Los lobos evolucionaron dilucidando sus problemas jerárquicos sin causar muertes; nosotros, en cambio, nos convertimos en seres cerebrales y, con ello, matadores, incluso de nuestra propia especie”, aseveraba en 1977, tres años antes de que falleciera en un trágico accidente aéreo mientras rodaba un documental en Alaska.

Cuando se cumplen 22 años de su muerte, Odile continúa la estela de un hombre en la tierra, como titula el libroç donde compendia dos décadas de trabajo de quien no solo puso de moda la naturaleza: la dotó de derechos cuando el verde aún no era tendencia. “En España, desde luego, fue el padre del despertar ecológico“, sostiene su hija, trayéndolo de vuelta en un momento en que, advierte, “la crisis medioambiental es solo un síntoma de una crisis existencial”: “¿Qué significa estar vivo? ¿Somos un cáncer para el planeta? ¿Está en nuestra naturaleza ser destructivos? Quien tenga este tipo de inquietudes debe bucear en la obra de mi padre”.

El ser humano, como la naturaleza, no pasa por su mejor momento…
–Habernos creído que somos solo nuestro intelecto ha hecho que nos perdamos en el laberinto de la mente, que es maravillosa pero también un agujero negro.

¿Olvidamos que somos animales?
–Pero es que lo somos. Añoramos, en el fondo, nuestra libertad congénita porque estamos atrapados por nosotros mismos.

Quizá nos dé miedo la libertad.
–La ignorancia es tremenda, sobre todo, cuando desde ella nos vemos arrastrados a la oscuridad. Es fundamental estar enraizados con la realidad. Y la realidad no es otra cosa que las estaciones, el oxígeno que respiramos, la comida con la que nos alimentamos. Dejemos de llenarnos la cabeza de ruido, que para mí es hoy el problema de muchos jóvenes.

¿Nos hemos desconectado?
–En el colegio se nos enseña que la autoridad habita fuera de nosotros, cuando escuchar nuestra voz, nuestra autoridad interior, es la clave para ser fiel a uno mismo, o sea, para afrontar el cambio que estamos viviendo. Otro gallo cantaría si hubiese más personas realizadas.

Entrevista publicada en Magisnet

La Macu vuelve a ser Pepa

Entrevistas

¿La suerte existe?
—A los dos meses de aterrizar en Madrid pasé el casting para Aída, ¿cómo no voy a creer en la suerte?

Para España será siempre la Macu. Y de ahí no hay quien la baje. Tampoco es que ella quiera: “La echo de menos porque me daba libertad”. Pepa Rus (Chiclana de la Frontera, 1984) apechuga con gusto. Con la Macu y con que el personaje se coma a la persona. Lo asume como gaje de un oficio que despertó su vocación a los cinco años, cuando pisó por primera vez un escenario para interpretar a la madrastra de Blancanieves: “Ahí me dije: si de esto se puede comer, quiero ser actriz”.

Fue alumna aplicada, hizo las maletas y de Madrid, al cielo. La Macu la catapulta a la fama: la antiestrella se hace estrella e ingresa en el firmamento de los astros fugaces. Antes de la caída, se cura en salud y decide retomar las riendas de su vida. ¿Quién dijo que no podía hacerlo? Esta realidad, que tiene parte de ficción, es la que ahora vive en el Teatro Lara, donde da vida a una mujer sin futuro que de repente lo encuentra.

Pepa, la de Blancanieves, ha vuelto al teatro. La Macu ha vuelto a ser Pepa.

Entrevista publicada en Magisnet

Davide Morana, hay vida después de la muerte

Entrevistas

¿Te preguntas a menudo por qué a mí?
—Hay porqués que no tienen respuesta.

“Y de ahí, pasas a un cuarto cada vez más oscuro y no es plan”. A sus 28 años, Davide Morana (Italia, 1993) ha aprendido la lección que más se hace bola: la aceptación. Le ha costado un coma, 12 operaciones y la amputación de sus cuatro extremidades. La meningitis le sobrevino una noche de hace tres años. A los pocos días, despierta de un mal sueño que se torna pesadilla: “Mientras los cirujanos me quitaban trozos, iba asumiendo que acabaría siendo un bicho raro“. Pero insiste: “Lo acepté y a otra cosa”.

¿Pero puede uno olvidar?
—Tampoco se puede vivir en el pasado.

Y, en ese camino, se le quita hierro al asunto y, con ello, peso a la vida. Miedo, envidia, físico: ¿para qué? “El miedo me motiva; la envidia la trasformo en admiración; y el cuerpo es solo la forma, no el fondo”. Pildorazos que dosifica en Arriba la vida, manual de vida confeccionado junto a Cecilia Cano, compañera de vida. Con ella se levantó cuando el mundo se le cayó encima.

¿Se pierde ego cuando la muerte te mira?
—Vivimos en una necesidad constante de exteriorizarlo y protegerlo a toda costa. Nos empeñamos en ser únicos, cuando solos no seríamos nadie.

Entrevista publicada en Magisnet

No seas Eudald Espluga

Entrevistas

No tengo 30 y ya estoy casi roto. De milllennial a millennial, Eudald Espluga (Girona, 1990) arranca así el prefacio de un libro en el que disecciona a su generación. Unos hablan de hartazgo; otros, de crisis perpetua; mientras el sentimiento de “estafa” entre los primogénitos de la digitalización crece: nos vendieron un modelo de vida que ya no existe. De ahí el peligro, sostiene este joven filósofo y periodista, de compararnos con nuestros padres: “Nos genera falsos espejos y hace medirnos con una supuesta felicidad filtrada por la nostalgia“.

En No seas tú mismo, Espluga diagnostica la dolencia millennial: fatiga crónica por altas (y falsas) expectativas, sobreexigencia y sumisión al algoritmo. Pone remedio: altas dosis de “no hacer nada” para reencontrarse con uno mismo. Mientras surte efecto, ahogamos penas a golpe de meme: este mundo, aun opuesto al que prometido, todavía nos hace gracia.

Entrevista publicada en Magisnet

La vida en cardo de Ana Telenti

Entrevistas

No cualquiera aguanta un primer plano. Supongo que por aquello del rostro y el alma. La cara habla por nosotros: no hay mejor espejo. Los actores están acostumbrados a darla: unos, por exigencias del guion; y otros, como Norma Desmond, por no saber del foco retirarla. En cada primer plano el personaje revela a la persona. El de Ana Telenti, en Cardo, descubre a sus 30 que, teniendo el papel de su vida, ha convertido su vida en papel. Ana es la primera en darme, para Decine21, su #PrimerPlano.

Destripando «El juego del calamar»

Entrevistas

El juego del calamar salpica tinta sin piedad al espejo colectivo: quienes lo ven se ven. Fue Hobbes el primero en avisar: el hombre es un lobo para el hombre. ¿Quién no envidia? ¿Quién no ambiciona? ¿Quién no ha deseado el mal? Los tiempos cambian, el juego del todo vale permanece. Y la pregunta sigue siendo la misma: ¿cambiamos las reglas?

Entrevista publicada en Magisnet