
—¿Qué hace falta para ser una buena actriz?
—Si aún estáis a tiempo… ¡dejadlo!
Los actores primerizos ríen y, acto seguido, enmienda: “Mirad, si algo he aprendido en todos estos años de carrera es que la clave para ser actriz, no sé si buena o mala, es ser de verdad”. Aplauso de una Cineteca llena que calla rápido para escucharla, porque si algo le cuesta a Charo López (Salamanca, 1943) es “hablar de mí”. Así titula Chema de la Peña el documental que dirige y acaba de estrenar sobre la vida y obra de una grande que se hace pequeña ante la cámara.
“Lo paso mal porque sé que esto no queda entre tú y yo, sino que ahí detrás están mirando y viendo”, admitía a Pablo Lizcano allá por el 84, en Autorretrato. Venía de hacer dos años antes Los gozos y las sombras, filme que la eleva a mito erótico de un país que, ojiplático, asiste a una de las masturbaciones más recordadas de la ficción española. Es el Destape y ella se abre en canal: “He hecho papeles muy bonitos, pero el de Clara Aldán, en Los gozos, ha sido el que me ha dado más seguridad”.
Lo feo, la tripa, el culo; desafinar, ponerte mala; eso es ser actriz: eso es ser de verdad
La empezó a ganar, dice, en Fortunata y Jacinta, aunque le ha costado mantenerla. Antes de perderla y volver a la docencia, profesión que abandonó en 1967 tras aceptar su primer papel (Ditirambo), se fue a buscarla a Argentina, donde emprende una gira teatral que la hace feliz: “Me fue de maravilla; tengo pasión por esa tierra, a la que volvería para hacer teatro sin dudarlo”, confiesa vehemente. Y, queriendo excusar a su país “porque es normal que te valoren más fuera”, añade: “También aquí, eh”.
Lo espeta como acostumbrada al rechazo, el que recibió en 1972 cuando, ya en París, lista para grabar La vía láctea con Buñuel, el sindicato de actores franceses la veta por no concebir que una donnadie española viniera a robarles el papel. Otras veces fue ella la que dijo no: “Cuando vi el guion de Matador y me di cuenta de que solo tenía una línea…”, balbucea, queriendo eludir cualquier polémica con Almodóvar. “Pero luego sí que hice Kika, ¿la habéis visto?”, repregunta infantiloide a un público al siempre deja con ganas de más.
Esa ha sido una cruz de la que no le ha librado la belleza: querer más, siempre más. El perfeccionismo hecho actriz. La eterna aprendiz. La perfecta vedete que fue vicetiple. La alumna que nunca dejó de ser maestra porque quizá lo único que siempre quiso fue enseñar: “Lo feo, la tripa, el culo; desafinar, ponerte mala; eso es ser actriz: eso es ser de verdad”.
Artículo publicado en Decine21 el 4 de marzo de 2022.